IREMOS A CASA

Cruza la calle apresurado, de lejos ve la cúpula de la catedral donde debe esperar. La mañana ha amanecido caliente, húmeda, y ya a esta hora la gente camina más lento deteniéndose ahogada.
Piensa que el chaleco le está estorbando y que el bolso parece más pesado que otros días. Todo lo inquieta mientras el celular descansa aplacado y silencioso en su mano. Gotas de agua corren por los dedos. Recuerda que debe hacer varios llamados y terminar de organizar esas fotos que han quedado pendientes para la publicación del otro día. ¡Qué hermosas fotos! – expresa con una sonrisa que genera la mirada aturdida de una mujer mayor que se acerca. Es que en verdad son bellas, se disculpa con un mohín ridículo mientras la mujer se aleja.
Pensar que pasa por ese lugar a diario, bueno, no tan a diario pero sí con frecuencia. La plaza, el cabildo, las calles empedradas que más de una vez han sido causantes de un tropezón inoportuno, la marcha incesante de varias líneas de colectivos… pero hoy es distinto todo, ya no es un transeúnte más, hoy, espera.
La ansiedad lo embarga. Recuerda aquella vez en que su madre se atrasó y no llegó a tiempo a la escuela. Los chicos que formaban el cordón en la vereda iban rompiendo filas y las maestras iban saliendo en grupo hacia las calles tranquilas. Recuerda que fue su abuelo quien lo recogió ese día, y ya no recuerda más nada.
El cielo está espesándose. Unas nubes blancas y gordas se aproximan del este,la espera continúa, Cómo será ella?, se pregunta un poco inquieto. "Su voz suena muy sensual por teléfono y los mails son muy divertidos"- repite sonrojándose. Eso es lo que admira de una mujer, su sentido del humor y su inteligencia. Que blancas están las nubes, y hasta dibujan distintas formas, la trompa de un elefante, ahora un ángel con alas que se disuelve lentamente... De pronto, alguien lo toma de la mano y lo vuelve a la realidad. El abuelo le dice: “Antonio, hoy, iremos a casa”.